Claudia
Llevo toda la mañana tumbada en mi cama, con las persianas bajadas y escuchando música. Una canción triste que no para de repetirse. Apenas he comido en estos dos días que llevo en la residencia y casi no he hablado con las chicas. Mery y Alicia son encantadoras, pero estoy segura de que si se enteran, no volverán a mirarme como lo hacen.
He
justificado faltar a la hora del desayuno y el almuerzo con la excusa de tener
sueño, y ellas lo han aceptado.
Las palabras
de la chica con la que me crucé ayer resuenan en mi cabeza.
“Quítate del
medio maldita gorda”
No me puedo
creer que haya gente así. Todo sucedió cuando estaba saliendo de la cafetería.
En la puerta choqué con una chica rubia de pelo largo y ojos castaños, fue
entonces cuando me dijo esas palabras. Me quedé muda y no supe que contestar y
desapareció riéndose con aires de grandeza.
Y ahora un
día después, tumbada en mi habitación mirando al techo es cuando se me ocurren
millones de cosas que contestarla. Puf… Yo y mi maldita manía de quedarme en
blanco.
La tendría
que haber dicho que quién se cree para llamarme gorda, incluso haberla tirado
el café que llevaba en la mano encima. Hubiera estado bien, bastante bien. Pero
me dolieron tanto sus palabras que no se me ocurrió en ese instante.
La tímida
luz de la pantalla de mi móvil ilumina la habitación. Es la alarma que me había
puesto antes para que me avisara de que tenía que comer.
Me levanto y
me dirijo al escritorio. Abro el primer cajón y saco una chocolatina. Es de lo
único que me estoy alimentando en estas últimas doce horas. En el envoltorio
dice que dos chocolatinas sustituyen una comida. Por lo tanto, entre la cena de
ayer, el desayuno y el almuerzo de hoy ya van seis. Me calma un poco el hambre,
aunque la verdad tengo el estómago un poco cerrado.
Vuelve a
sonar el móvil. Esta vez es una llamada de mi madre. Descuelgo el teléfono.
-¡Hola mamá!
¿Qué tal por el barrio?
-Claudia,
hija –se le saltan las lágrimas- todos te echamos mucho de menos y eso que solo
llevas fuera dos días.
-Yo también
os echo mucho de menos a todos.
-¿Qué tal
hija? ¿Comes bien en el comedor?-Mi madre y su manía de la comida.
-Sí mamá. La
comida está bastante rica.- Miento.
Si mi madre
se entera que en estos dos días solo he pisado el comedor una vez es capaz de
venir y meterme la comida a puñados.
-Me alegro
Clau. ¿Y qué tal está Mery? ¿Has hecho nuevas amigas?-Pregunta interesada.
-Mery está
muy contenta y muy nerviosa por empezar en la universidad, ya sabes como es. Y
sí, hemos conocido a una chica muy maja, Alicia, al principio no me caía muy
bien, parecía doña perfecta, pero luego empezamos a congeniar y nos hemos hecho
amigas.
-Cuanto me
alegro cielo. Y que, ¿algo interesante que contar?
Mi madre
llega a ponerse muy pesada con tanta pregunta.
-Sí, esta
mañana nos hemos cruzado con un unicornio.-Bromeo.
-¿Eh?
-Mamá es
broma. Tan sólo llevo dos días aquí, no tengo nada interesante que contar.
-Lo siento
hija –se ríe al otro lado del teléfono.- Bueno tengo que dejarte, tengo que
llevar a tus hermanos al entrenamiento. Un beso cielo.
-Un beso
mamá, te quiero.
-Y yo hija
Cuelgo.
He omitido
contarle a mi madre la escena que tuve ayer en la cafetería con la chica rubia
y mucho menos decirla que desde entonces no he vuelto a pisar el comedor. Si se
entera que me estoy alimentando a base de chocolatinas quema grasas para bajar mi peso, me saca de los pelos de esta
universidad.
Tan poco es
para tanto, solo han sido seis chocolatinas. Pero conociéndola se pondría
histérica.
Me dirijo al
cuarto de baño que hay al final del pasillo de las habitaciones de las chicas.
Entro y cierro la puerta.
Me quito la
ropa y me subo a la báscula. Aparece una cifra en la pantalla digital. 61,800.
La verdad es
que he cogido algo de peso este último mes. Al parecer la dieta de las chocolatinas
va a durar unos cuantos días.
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